Durante este 2025 celebramos cuarenta —¡sí, cuarenta!— años de vida de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral. Nuestra tan querida FADU. Y decimos celebrar, porque festejar en el contexto de una crisis presupuestaria como la que sufren las universidades públicas —y, consecuentemente, toda su comunidad académica— no corresponde. Pero sí, porque entendemos que es una forma de resistir, celebramos los primeros cuarenta años de vida de una institución que conserva en su esencia la capacidad de superar las adversidades con creatividad, compromiso y mucho sacrificio.
Celebramos con esa arraigada tradición occidental de hacerlo especialmente en los números redondos. No se sabe muy bien desde cuándo ni a quién se le ocurrió hacerlo por primera vez, pero seguramente tiene que ver con el sistema decimal, que usamos desde hace milenios y que proviene probablemente de contar con los dedos. Eso hace que los números que terminan en cero (10, 20, 40) parezcan más importantes y tengan un efecto particular en la percepción del tiempo. También influyó la profesionalización de la historia como disciplina en el siglo XIX, que impuso la necesidad de determinar períodos para su estudio. De allí se arraigó en la memoria colectiva y como ritual social celebrar estas cifras redondas como una manera de estructurar el tiempo social e histórico.
El 40º aniversario tiene, además, una connotación de madurez y logro. Y estas efemérides nos sirven para:
- Recordar sus orígenes.
- Reforzar su identidad y legitimidad.
- Proyectarse hacia el futuro.

Celebrar aniversarios redondos tiene sentido porque combinan una lógica matemática, una necesidad psicológica de organizar el tiempo y un interés cultural, político o institucional por marcar momentos de reflexión y proyección.
Así que acá estamos. Celebrando. Y mucho más si el objetivo es hacerlo colectivamente, de forma inclusiva, como parte de toda esta enorme comunidad académica, pero también públicamente, hacia la propia sociedad que, con su sacrificio, hace posible este modelo de universidad pública.
Recordando orígenes
Toda historia tiene una prehistoria. La nuestra comienza en la lucha de estudiantes y jóvenes profesores (varios de ellos con ideas renovadoras) que, en 1984, reclamaban que las libertades recién recuperadas con la democracia alcanzaran también a una institución que, en aquel tiempo y a contramano de la historia, rechazaba toda oportunidad de mayor libertad, participación y, en definitiva, de crecer en un ambiente democrático, libre y sin censuras.
Esa lucha fue escuchada por el gobierno nacional y fue la gran Universidad Nacional del Litoral la que acogió generosamente en su seno a esta comunidad que se desgranaba, con estudiantes que abandonaban o se iban a otras ciudades ante la falta de respuestas de sus autoridades.
Desde aquel principio de 1985 se decidió crear la Carrera de Arquitectura, y no solo para esos cientos de estudiantes que se cruzaban desde la otra universidad, sino para cualquier persona que quisiera estudiar. Se comenzó como se pudo: en el edificio que había sido Comedor Universitario, apenas adecuado para unas pocas aulas, sin sillas ni mesas para todos, con docentes que trabajaban ad honorem y con la promesa de algún día tener un cargo, con un puñado de no docentes de orígenes diversos y estudiantes que, en muchos casos, fueron protagonistas activos de ese comienzo, mientras otros hacían realidad su sueño de estudiar en la universidad pública, gratuita, cogobernada y de calidad.
Ese inicio vertiginoso y vigoroso hizo que en ese mismo 1985 pasáramos a ser Escuela de Arquitectura e inmediatamente Facultad: la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral.
En 1986, apenas un año después de creada, fue en nuestra Facultad donde se fundó CODFAUN, el Consejo de Decanos de Facultades de Arquitectura de Universidades Nacionales. En 1990, el proceso de normalización nos dio el primer decano elegido por todos; en 1992 participamos como miembros fundadores de ARQUISUR; y en 1993 la creación de la carrera de Diseño Gráfico —hoy Diseño de la Comunicación Visual— motivó el cambio de nombre por el de Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Siguieron luego la consolidación de la investigación, la aparición de institutos, los primeros posgrados, distintos planes de estudio y las primeras publicaciones, libros y revistas.
En 1998 se concretó el traslado desde la histórica —hoy reemplazada por un edificio en altura— sede original al actual edificio de Ciudad Universitaria. A partir de allí, la Facultad se consolidó con gran presencia territorial: no solo por los estudiantes que, ya graduados, vuelven a sus localidades para colaborar con el desarrollo de sus pueblos y ciudades, sino también por la transferencia de conocimiento al medio, los servicios a terceros, la educación a distancia, nuevas tecnicaturas, la Licenciatura en Artes y, más recientemente, en 2012, la carrera de Diseño Industrial. Se sumaron además una amplia oferta de posgrados: el Doctorado en Arquitectura, las maestrías en Arquitectura y en Diseño Editorial, las especializaciones en Pericias y Tasaciones, en Gestión y Proyecto de Arquitectura Escolar y las nuevas diplomaturas.
También hubo hitos imborrables como el ARQUISUR 2009 con la presencia de Paulo Mendes Da Rocha, declarado Doctor Honoris Causa por la UNL; en 2015, la muestra itinerante 100 años Deutscher Werkbund del IFA en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez; en 2021, el Concurso Nacional de Anteproyectos para el Centro de Experimentación, Innovación y Desarrollo para el Diseño y la Construcción y el nombramiento de Jorge Francisco Liernur como Doctor Honoris causa de la UNL, entre otros muchos momentos significativos.
Reforzar identidad y legitimidad
La principal característica identitaria de la FADU, si hubiera que elegir una, es la permanente búsqueda de la excelencia académica, siempre acompañada de un profundo compromiso con su contexto social. Quizá tenga que ver con la naturaleza de las carreras que aquí se dictan, pero siempre fue condición de nuestro trabajo docente no solo brindar las mejores condiciones académicas, sino también situar los ejercicios y trabajos prácticos en el marco del contexto.
Y no hablamos solo del contexto físico. Cuando hablamos de ciudad no nos referimos únicamente a la urbs —la ciudad construida, su estructura y arquitectura—, sino también a la civitas —la ciudad como espacio social y cultural— y a la polis —la ciudad como entidad política y escenario del poder—.
Esta condición no aparece necesariamente en otras casas de estudio, pero en nuestra Facultad está profundamente arraigada. Se refleja en la prevalencia de proyectos de extensión territorial, en la vinculación con organismos del Estado, asociaciones profesionales, ONGs, organizaciones sociales y el sector productivo que se nutre de nuestros graduados y de los resultados de la investigación.
Mención aparte merece el trabajo de nuestros investigadores, que laboriosamente se abren camino en un sistema donde las disciplinas proyectuales aún luchan por reconocimiento, renunciando a la endogamia y construyendo redes en un mundo cada vez más chico, pero afortunadamente todavía diverso.
Esta identidad es apreciada no solo dentro de nuestra Universidad, sino también en cada espacio en el que participamos: ARQUISUR, DISUR, CODFAUN. En todos ellos —y siempre como miembros fundadores— la FADU ha sido y sigue siendo una referencia académica, institucional y política de gran significación.
Cuarenta años en la vida de una institución pueden parecer pocos si se los compara con universidades milenarias como Bolonia, o con nuestra propia UNL, que ya es centenaria. Pero pueden ser muchos si hablamos en términos de vida humana: cuarenta años son la edad de la madurez, momento de identidad consolidada y tradiciones propias que nos afirman y nos impulsan hacia adelante.
Volviendo a esa condición tan nuestra de pensarnos siempre en contexto —ya sea en los trabajos de Taller, en la extensión, en la transferencia tecnológica, en redes internacionales o en el debate público, desde la defensa de la ciudad y el ambiente hasta la educación pública amenazada—, cabe preguntarnos: ¿cuáles son algunas de las líneas de acción a seguir?
El futuro es incierto y desafiante. Basta con observar la velocidad con la que circulan las noticias, acompañadas de imágenes abrumadoras y muchas veces de información sesgada. O considerar la irrupción de la inteligencia artificial en todos los aspectos de la vida cotidiana y su ya imprescindible inclusión en los procesos de producción. Estos son retos sobre los que debemos estar atentos y comprometidos, no solo por su impacto en las disciplinas proyectuales, sino también en nuestras formas de enseñar.
Tal vez un buen comienzo sea recuperar nuestra historia y ser conscientes de que nunca fue distinto: nunca fueron propicias las condiciones, nunca fue el mejor momento, nunca estuvieron garantizados los recursos materiales o humanos. Basta recordar la incertidumbre de aquellos estudiantes y jóvenes profesores en 1984, o la mezcla de alegría y angustia de 1985, cuando supimos que tendríamos una Facultad, pero sin saber aún cómo ni con qué recursos.
Cuatro décadas después, acá estamos. Si alguien hubiera dicho en aquellas noches de carpas improvisadas en la Plaza de Mayo que hoy seríamos esta Facultad, lo habrían llamado loco. Y, sin embargo, miles de graduados, cientos de profesores, una fuerte influencia en la sociedad y un reconocimiento nacional e internacional forman hoy parte del patrimonio y legado de esta comunidad académica.
Muchos de los artífices de esta gran historia ya partieron o se retiraron. Queda ahora en quienes vienen el desafío de, en honor a ese pasado, saber afrontar un futuro que llegó hace rato.