Palabras claves

El hecho de encontrarnos físicamente ocupando un lugar en el espacio no solo nos conecta con el entorno, sino también nos permite desarrollar nuestra relación con la sociedad, definiéndonos como personas. Este artículo busca subrayar la importancia de algunas necesidades humanas desatendidas en la determinación del entorno de vida básico, abordando un enfoque significativo en el debate sobre la metodología de diseño de la vivienda.

La vivienda, concebida como construcción cultural, presenta múltiples materializaciones más allá del hecho material, un recinto ubicado en el tiempo y en el espacio. Se convierte en un hecho complejo compuesta por materias e imaginarios que giran en torno a quienes la habitan. La familia, como institución dinámica, está ligada a constantes transformaciones producidas a partir de cambios demográficos, socioeconómicos y culturales. Estos cambios influyen en las modalidades de la vida familiar y provocan alteraciones en la composición y estructura de la vivienda. El año 2020, con la pandemia por COVID–19, expuso de manera clara estas transformaciones que la sociedad experimenta en sus relaciones interpersonales y en su relación con el entorno inmediato.

Por ejemplo, la pandemia puso en crisis los espacios de apropiación común. El problema se evidenció ya que no se podía resolver actividades en simultáneo. De esta manera, estudiar o trabajar mientras un niño está jugando o mirando televisión se volvió más difícil; esa demanda por desarrollar tareas sincrónicas en un mismo espacio no estaba presente con la generalidad que sucede ahora.

En este contexto, hay menos familias tradicionalmente consideradas (padre, madre e hijos) y, por consecuencia, los programas utilizados para los proyectos de viviendas unifamiliares y colectivas han quedado desactualizados y ya no responden a las nuevas demandas y estilos de vida. En virtud de los cambios mencionados, es indudable que en la disciplina ya debería generalizarse el uso de la denominación de «unidades de convivencia», es decir, espacios en los cuales los individuos que se agrupan para convivir superan la denominación tradicional de familia, ya sea porque no encontramos a todos sus integrantes o porque aparecen nuevas conformaciones.[1]

Para ampliar la mirada hacia el entorno es necesario entender también a la vivienda no solo como una unidad física individual, sino también como el emplazamiento del lote y su cercanía a servicios, medios de transporte, instituciones de educación, salud, recreación, entre otras.[2] Por ello podríamos decir que aquellos grupos que conviven en comunidad dentro de determinados entornos urbanos se convierten en «unidades de vecindad», traducidas como el conjunto de diversas unidades de convivencia que cohabitan entre sí y, por lo tanto, tienen un rol fundamental en la conformación de proyectos de vivienda colectiva.

El interés surge de identificar un desplazamiento entre el debate disciplinar y la práctica profesional, que en los últimos años no ha prestado adecuada atención a estas temáticas. Entre ellas, la necesidad de atender al usuario como sujeto sensible y singular, que percibe la realidad del mundo a partir de sus sentidos y busca adecuar sus ámbitos de vida y convivencia para alcanzar su bienestar.[3] Si bien esta línea de pensamiento ya era reflejada en los años 60 por algunos arquitectos en obras como la Vila Arman, hay ciertos interrogantes disparadores que nos deben atravesar como pensadores del hábitat en la actualidad. ¿Estamos reproduciendo programas de viviendas que se encuentran desactualizados respecto de las necesidades que tenemos como individuos contemporáneos?

Estas inquietudes surgen durante el transcurso de la carrera, a medida que el campo de exploración y conocimiento se expande cada vez más. Se plantea si la forma en que se enseña a proyectar en la facultad está influenciada por el significado que la profesión tiene para ciertos grupos sociales. Dentro del proyecto arquitectónico, cuando pensamos en dar una respuesta a aquellas personas que no se insertan en un grupo social predominante comprendemos que existe un entramado de relaciones más complejo que el definido por los contenidos que nos proponen en la universidad. Cuando elaboramos una propuesta arquitectónica nos basamos en nuestra lectura de la sociedad y proyectamos una respuesta para las necesidades identificadas en el habitar contemporáneo. Y así, las herramientas que adquirimos ya no se pueden usar sin antes formular una crítica. Dicha crítica apunta directamente al modelo tradicional de vivienda y las desigualdades implícitas que se generan dentro de ella para con sus usuarios; como se pone de manifiesto en el análisis del Prototipo Universal de Vivienda proyectado por el gobierno de la Provincia de Santa Fe: un estar comedor que por su tamaño solo alcanza para realizar actividades diarias limitadas, una cocina con dimensiones reducidas, dormitorios donde la única actividad posible es descansar, falta de un ámbito externo (balcones, miradores, terrazas, galerías, patios internos) que designen formas de relación con el exterior que, al mismo tiempo, sean respuestas a actividades relacionadas a condiciones culturales, productivas y climáticas específicas de cada región.

Los términos «desigualdad» y «rol de arquitectos y urbanistas» no pueden ser pensados externos a la idea de sociedad, ya que es la sociedad la que construimos con nuestras acciones y modo de hacer. Por lo tanto, cuestionarnos sobre el sentido social de nuestra profesión implica que tenemos que reconocer en qué sociedad estamos inmersos y cómo funciona, para poder actuar.

Es necesario resignificar el rol profesional, a partir de la idea del proyecto y la prefiguración como medio para transformar la realidad. El proyecto y la prefiguración no solo en los términos del proyecto arquitectónico y la prefiguración como el modo en que se darán las actividades, sino en términos de proyecto de vida, de proyecto de sociedad, prefigurando para dar sentido a la historia.[4]

Cuando se habla de desigualdad se apunta a determinadas situaciones dentro de la arquitectura para la vivienda, como la existencia de dormitorios matrimoniales con mayor superficie, esquemas de organización o circulación con una clara intención de agrupar actividades del trabajo doméstico y adjudicando estas a la mujer. En las últimas décadas, un número creciente de arquitectos y arquitectas trabajan para revertir estas desigualdades, construyendo el problema y buscando de qué manera transformar la realidad. Así pues, empezar a visibilizarlo es una buena estrategia de inicio.

Este artículo indaga el estado del arte del debate disciplinar en torno a las nuevas formas de habitar en la contemporaneidad, partiendo de entender a la vivienda desde su dimensión física y urbana. Si la relacionamos con la ciudad, veremos que el mayor porcentaje de la mancha urbana se refiere a vivienda. Por lo tanto, la vivienda es la principal manera en la que hacemos ciudad. Si la vivienda es aquella que establece una relación del individuo con el mundo exterior inmediato y con los demás, entonces cohabitar será la manera en que vivimos junto con otros. Llevándolo hacia un concepto más primitivo, cohabitar significa vivir, protegerse y cuidarse entre todos ya que nadie puede solo. Esto hace que haya más sororidad y empatía. La cuestión de compartir, por efecto, hace que los recursos se optimicen.

El cohabitar tiene ventajas socioeconómicas, como el uso colectivo de espacios y recursos, además del valor social que se puede obtener en una situación de cohabitar adecuado, en materia de solidaridad y apoyo mutuo.[5]

En una entrevista en línea con María Romina Rossetti,[6] con el objetivo de realizar un aporte al debate disciplinar en torno a la temática, uno de los interrogantes que surgieron fue cómo pueden las viviendas atender a las necesidades actuales.

Para poder atenderlas, lo importante es entender que proyectar es anticipar. En base a ese principio, es imprescindible entender el mundo en el que vivimos y los cambios que se dan para poder proyectar, justamente, el mundo que viene. El hecho de que se produzcan cambios significa que hay nuevas necesidades. Hay que investigar cuáles son los cambios y las demandas para dimensionar esas necesidades respecto a esas demandas. Para mí, una clave para trabajar la vivienda en términos de arquitectura doméstica es que tiene que ser inclusiva y humanizada. Además de atender a las necesidades básicas, es necesario disfrutar. Y allí, en la forma de vida de cada persona, el disfrute puede abarcar miles de actividades, desde jugar, sociabilizar, reunirse, tener mascotas, trabajar, estudiar o tomar sol.

La vivienda social ha alcanzado un singular interés dentro de las agendas estatales en las dos últimas décadas, como atestiguan planes nacionales como el Programa de Crédito Argentino del Bicentenario para la Vivienda Única Familiar o las unidades habitacionales concretadas por reparticiones técnicas de la provincia de Santa Fe. Desde esta posición se busca contribuir a la reflexión sobre la crisis habitacional que sufre nuestro país. En los prototipos de vivienda social proyectados por el gobierno de la Ciudad de Santa Fe podemos reconocer que las mismas propuestas de unidades habitacionales son asignadas para distintas situaciones de ubicación, orientación, unidades de convivencia, entre otras. Si bien la generalización es útil para comenzar a abordar la arquitectura para la vivienda, hay que tener en cuenta que, a la hora de saber cuáles son las necesidades de los usuarios, generalizar deja de ser una herramienta efectiva. Por ejemplo, siempre ha habido normas que hacen a un usuario genérico que hoy por hoy está siendo puesto en crisis, ya que no responde constantemente a un patrón ideal. Ese usuario genérico responde a una hegemonía que ha quedado obsoleta. Es importante entender el valor de las identidades dentro de la diversidad. La edad, las relaciones, la cultura, la política, el género, forman un todo complejo que implica que la identidad está basada en que no existe un usuario repetible en el sentido moderno. Se observa una mayor falla en este aspecto en proyectos de vivienda de interés social. Vemos generalmente la vivienda tradicional compuesta por un estar comedor y dos dormitorios sin posibilidad de pensar, por ejemplo, que alguno de esos dormitorios se transforme en otro espacio. Es difícil encontrar en muchos proyectos la capacidad de habilitar usos diversos de manera sincrónica.

Imagen 6. Extracción de ficha de análisis de antecedentes n°7: Edificio Barranquitas // Sub Secretaría de Obras de Arquitectura – Secretaría de Planeamiento Urbano – Gobierno de la Ciudad de Santa Fe. (realizado en marco del proyecto «Mejoramiento Integral del Hábitat en B° Barranquitas, Plan Hábitat). 2017. Fuente: Elaboración propia.
Imagen 7. Extracción de ficha de análisis de antecedentes (Síntesis). Fuente: Elaboración propia.

A partir de este análisis, se puede arribar a algunas reflexiones susceptibles de una reformulación constante.

Antes de armar el programa funcional, una buena estrategia es configurar una lista de acciones, comenzar a problematizar a partir de verbos y no sustantivos, de este modo no se recaerá en que las respuestas aparezcan antes que las preguntas. No es lo mismo pensar en «entrar», que nos hace imaginar un lugar de ingreso, que pensar en «hall», que no remite a la creación de espacios.

Entender que cohabitar es un fenómeno complejo y, por lo tanto, interafectado en todas las variables que componen al ser humano como ser social y su relación con el mundo, debe ser abordado desde diferentes disciplinas. Cada proyecto urbano o arquitectónico tiene que estar abierto a especialistas de otras esferas para poder entender el fenómeno. Una buena herramienta es trabajar a través de la interdisciplina y saber que para poder trabajar con ella hay que articular. Articular miradas es esencial para que la interdisciplina funcione.[7]

Referencias bibliográficas

Abello Aldana, Valeria y Miriam Kuehler (2021). Los inquilinatos en Bogotá: desde la problemática socioespacial hasta una propuesta arquitectónica habitacional. Dearq, N° 31: 60–73.

Coupé, Françoise. Inquilinatos en Latinoamérica: La ciudad migrante, solitaria e informal. LA Network, 3 de julio del 2018. https://la.network/inquilinatos–latinoamerica–ciudad–migrante–solitaria/

Jaime, Eugenia, Eduardo Reese y Ana Quiroga (2016). Proyectar en contextos de desigualdad. Proyecto Habitar.
Mezzini, Melina (2019). De lo individual a lo comunitario. Experiencias de trabajo participativo en vivienda social. Hábitat Inclusivo, N° 13.

Montaner, Josep María, Zaida Muxí y David Falagán (2013). Herramientas para habitar el presente. La vivienda del siglo XXI. Nobuko.

Monteys, Xavier y Pere Fuertes Perez (2001). Casa collage. Un ensayo sobre la arquitectura de la casa. Gustavo Gili.
Sarquis, Jorge (2007). Arquitectura y modos de habitar. Nobuko.

Trachana, Angelique (2014). Invariantes arquitectónicas. Notas sobre una antropología del hábitat. Nobuko.

Notas 

[1] Jorge Sarquis. Arquitectura y modos de habitar. Buenos Aires: Nobuko, 2007.

[2] Melina Mezzini. De lo individual a lo comunitario. Experiencias de trabajo participativo en vivienda social. Hábitat Inclusivo, 13 (2019).

[3] Angelique Trachana. Invariantes arquitectónicas: notas sobre una antropología del hábitat. Buenos Aires: Nobuko, 2014.

[4] Eugenia Jaime. Proyectar en contextos de desigualdad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Proyecto Habitar, 21, 2016.

[5] Françoise Coupé. Inquilinatos en Latinoamérica: La ciudad migrante, solitaria e informal. LA Network, 2018..

[6] Arquitecta por la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Córdoba, docente en la Cátedra de Arquitectura V «A» y en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Córdoba en la Cátedra de Paisajismo.

[7] Este artículo surge de las investigaciones realizadas en el marco de una Beca de Iniciación a la Investigación Científica y una Beca de Estímulo a las Vocaciones Científicas dirigidas por la Dra. Arq. Cecilia Parera (FADU, UNL) y codirigidas por el Mg. Arq. Alejandro Moreira (FADU, UNL).

Braian Julián Krajancic

Estudiante de Nivel Superior de la carrera Arquitectura y Urbanismo (FADU, UNL). Cientibecario del Programa de Becas de Iniciación a la Investigación de la UNL, edición 2019. Becario del Programa de Becas de Estímulo a las Vocaciones Científicas del CIN, edición 2020.