Palabras claves

Educación – Innovación – Tecnología

Una invitación a pensar cuánto han cambiado las prácticas educativas en los últimos años, mirando las incursiones tecnológicas y los nuevos ambientes de aprendizaje que mutan, se desarrollan y se expanden. Recursos culturales que utilizamos a diario puestos al servicio de enseñar y aprender.

Reflexionar acerca de nuestra vida cotidiana desde el punto de vista de la innovación nos debería permitir reconocer la cantidad de cambios drásticos que fuimos enfrentando, aceptando e incorporando casi sin darnos cuenta. Miremos a nuestro alrededor, la tecnología digital nos atravesó y detonó nuestras maneras, actividades, modos, rutinas y toda nuestra vida. Nunca una sociedad atravesó cambios tan profundos en lapsos de tiempo tan cortos como los que hemos vivido en los últimos años y, por supuesto, que todo el quehacer en nuestra facultad no está exento de ello.

Pensar en la innovación en nuestro ámbito es desde luego mirar hacia atrás, hacer una retrospectiva para buscar qué cambió, dónde aparece la innovación.

Tomemos como punto de referencia veinte años atrás: el año 2000. Por ese entonces una serie de cambios, a nivel macro, innovaciones tal vez, permiten aproximar esta suerte de mojón en el tiempo.

HABÍA UNA VEZ…

Hagamos el ejercicio de explicarle a un centennial cómo era ingresar a la universidad hace veinte años, aunque suene como un cuento de abuelo rememorando cosas lejanas y perimidas que ocurrieran hace un siglo.

Para llegar a una ciudad que no se conocía, generalmente, se le pedía referencias a otra persona, se le preguntaba por cuál avenida entrar, hacia dónde dirigirse, en qué comercio comprar; para tener referencias espaciales había que conseguir un plano de la ciudad, cosa que generalmente se compraba en las paradas de diarios y revistas bajo el nombre «Guía de la ciudad de Santa Fe», con lo cual quien estaba recién llegado ampliaba un poco sus posibilidades en base a lo que un equipo editorial decidía poner en ese pedazo de papel impreso.

Hoy, consultamos la dirección en un mapa interactivo, vemos qué comercios hay cerca, cuál es la ruta más rápida, revisamos el aspecto de la cuadra mirando en 3D, hacemos un recorrido por las fotos que hay en las redes de ese lugar, incluso leemos los comentarios que otros usuarios dejaron; y para cuando vamos a ese lugar ya hemos prefigurado lo que nos vamos a encontrar y lo que vamos a hacer.

Respecto de la universidad, veinte años atrás, para quienes no conocían la ciudad, lo que se reconocía culturalmente era la imagen del Rectorado, ese edificio antiguo e imponente que está en el Boulevard, mientras se iba instalando la idea de «la facultad de El Pozo», esa de ladrillo visto que está del otro lado de la laguna.

La mayoría de quienes llegamos a la FADU como estudiantes en esa época nos sentíamos sorprendidos al tomar clases que alguien daba con un micrófono, dirigiéndose a la muchedumbre apiñada en un aula, un modo de clase magistral que resultaba demasiado impersonal.

A su vez, nos fascinaba el hecho de tener imágenes para ver a medida que avanzaba el discurso del docente. En un proyector de diapositivas, cuyo control remoto tenía un metro y medio de cable, se mostraban las obras que mencionaba y con un retroproyector veíamos en transparencias unos cuadros sinópticos que permitían configurar un mapa mental de todos los conceptos que se traían al relato.

Incluso en algunas clases aparecía «el cañón» (en un carro de carga con computadora y toda la parafernalia) y la cátedra proyectaba muchas imágenes durante toda la clase, una presentación que había sido grabada en un CD el día anterior.

No tengo dudas de que eso era innovación en su momento, por primera vez para la mayoría de ingresantes de ese momento, el acto educativo de cada clase permitía una construcción del relato con imágenes, cosa que no habíamos experimentado nunca hasta entonces.

En contraste con lo que ocurría, en nuestras aulas hasta el 2019, el cambio en las clases fue gigantesco: no concebimos una exposición sin apoyo visual, incluso las instalaciones están dispuestas para ello. Más allá del formato y la metodología que cada quien utiliza, toda clase teórica tiene ambos componentes, docente que relata e imagen que configura visualmente ese relato según la materia objeto de estudio. Esta incorporación del componente visual no quedó limitada a las clases teóricas; las clases prácticas han ido valiéndose de la herramienta de proyección visual o audiovisual para explicar la realización de los ejercicios, para ejemplificar, y por supuesto, para corregir su evolución.

CONOCER – RECONOCER – PARTICIPAR – PERTENECER

En la facultad siempre existió la preocupación, y se realizaron diferentes abordajes a fin de determinar un perfil de ingresante, de generar acciones que facilitaran la transición de la escuela secundaria a la universidad, esfuerzos que no siempre llegaron a percibirse debido a la masividad del ingreso. Seguramente, recordarán las encuestas realizadas, cuyos datos tabulados se presentaban en gráficos o cifras promedio. Con los sucesivos años y la experiencia de los equipos docentes, el interés por los datos cualitativos creció por sobre el interés de los datos cuantitativos. Así, aparecieron nuevas estrategias en pos de conocer y reconocer a quienes ingresan.

Un recurso tradicional siempre fue pedir a cada estudiante que pegue una pequeña foto junto a su nombre, a veces su procedencia, en cada carpeta o trabajo práctico; incluso al día de hoy aún se requiere en varias cátedras para las entregas o presentaciones virtuales. Esta estrategia permite al equipo docente reconocer a sus estudiantes, llamarlos por sus nombres y reconstruir su participación durante la cursada: quién consulta en clases, quién presenta avances para corregir, quién llega tarde, quién presta atención, y la lista podría continuar.

En 2011, para mi tesina de graduación, exploraba el diseño de experiencias con web 2.0 como herramienta para facilitar la inclusión y pertenencia de jóvenes ingresantes a la vida universitaria; para ello creamos, junto a Miriam Bessone, un grupo de Facebook de la cátedra Taller de Diseño Básico, el primero en la facultad.

Unos años más tarde, en 2013, en un curso de fortalecimiento docente junto a otros colegas, nos interpelaba el uso de WhatsApp como herramienta que en ese momento permitía el intercambio de imágenes de forma inmediata y fácil, cuestión que resulta crucial en nuestras disciplinas proyectuales. La pregunta era: si le sirve a buena parte de la sociedad para resolver un sinfín de cuestiones de la vida cotidiana, en el ámbito familiar, laboral, social, ¿por qué no puede aplicarse al ámbito educativo? Tal vez, producto de una resistencia autoimpuesta o de una mirada demasiado conservadora sobre el uso de las tecnologías para la educación.

Para el año 2016, buena parte de las cátedras de FADU y muchas de la UNL ya utilizaba grupos de Facebook con naturalidad. Espacios que se habían habilitado según la dinámica propuesta, algunos planificados, otros simplemente ejecutados por sinergia, para funcionar como un mero canal de comunicación (unidireccional a veces), como un repositorio estanco o como un espacio de diálogo e intercambio. Lo importante es que, como comunidad universitaria, se rompía el pensamiento acerca de las redes sociales como un espacio poco serio que no puede usarse para la educación.

En una apuesta por la innovación, al comenzar la cursada en el año 2018, junto a Evangelina Andreosse y con acuerdo del equipo de cátedra, abrimos un perfil de Instagram para la asignatura Taller de Diseño I (https://www.instagram.com/taller1cp/), una de las primeras cátedras que se atrevía. Posteamos algunos trabajos prácticos y comenzamos a seguir a quienes nos seguían. En poco tiempo la lista completa de cursado estaba en Instagram. Ello nos facilitó a los docentes asociar el apodo y rostro de cada estudiante, siendo, a la vez, crucial para la inclusión y la conformación del sentido de pertenencia.

Por un lado, nació una pequeña tradición al final de cada enchinchada: «la foto grupal para el Insta», y, desde luego, el ritual consistía en quedarse hasta el final de la clase y se repetía cada semana con la presencia, prácticamente, de todas y todos.

Por otra parte, comenzaron a arrobar a la cátedra en sus historias. Lo que nos resultó sumamente enriquecedor fue el hecho de que nos permitió descubrir el clima de cada trabajo práctico propuesto haciendo una recorrida por las historias. Según el estado que imperaba, se podía percibir el entusiasmo, la ansiedad, la frustración, si parecía que faltaba tiempo, o si estaban avanzando más o menos al ritmo previsto. Por supuesto que solo era la muestra de quienes decidían voluntariamente hacerlo, pero esa necesidad de exteriorización del sentimiento en las redes sociales frente a un desafío propuesto por la cátedra nos permitía a los docentes reconocer el ánimo con que era recibida y abordada la problemática y, en consecuencia, apuntalar o reconducir nuestras prácticas en función de ello.

Ante la situación de pandemia hubo que migrar a una virtualidad obligada de manera vertiginosa, y como cambio significativo en esta línea, podemos mencionar a un grupo de docentes que decidió utilizar grupos de WhatsApp o Telegram para sostener el contacto o la sensación de cercanía con el grupo de estudiantes, en los cuales se percibe, en general, una conducta responsable, reglas de participación implícitas, compatibilización con el grupo, ambientación a la vida universitaria y autogestión. Como expresiones de gran empatía entre estudiantes y docentes, casi como manifestación extrema de un contrato pedagógico.

Al día de hoy, en mayo del 2021, he perdido la cuenta de la cantidad de cátedras que comenzaron a usar Instagram, desde luego que cada quien con su propia estrategia. La buena señal es que los equipos de cátedra reconocen que los perfiles de estudiantes mutan, que las comunidades se mueven dentro o entre las redes y se desarticularon los prejuicios sobre estar en ellas. Si bien existen numerosos estudios, análisis, evaluaciones y consideraciones acerca del uso de las redes, de cómo son estas vidrieras virtuales y cómo nos comportamos, vale destacar que avanzamos en reconocerlas, aceptarlas y, fundamentalmente, que decidimos aprovechar esos espacios.

¿Habrá alguna cátedra que se atreva a crear un perfil de Tik Tok?

HABILITAR LA EMPATÍA

En una participación para la convocatoria especial de Polis 17, escribí el relato de una experiencia desarrollada en la cátedra durante 2020, en la cual decidimos abrir un muro colaborativo para contar lo que cada quién hace por fuera de la carrera, un espacio virtual denominado «Lo que hago… cuando no estudio».

Esta acción nos permitió descubrir al grupo de personas que tenemos por interlocutores dos veces a la semana y conocer parte de su historia, sus pasiones, sus lugares de origen, sus nombres o sus alias. Dado que para la participación en el muro no hay ningún tipo de exigencias, cada quien cuenta y publica lo que le gusta, de esa forma tal vez no aparece el nombre y el apellido junto a una foto de su rostro, sino que aparece la imagen de algo que hace, un dibujo o una fotografía, por ejemplo, su comentario y sobrenombre o su alias de Instagram. De esa forma está dando a conocer su identidad, la identidad que se autogeneró en las redes; pero además está diciendo cuál es la red que utiliza y dónde quiere encontrarse.

Esa pequeña pero oportuna muestra de innovación, casi espontánea, abrió un canal para fomentar el vínculo entre ingresantes, reconociendo la heterogeneidad del grupo, en tanto se asume y visibilizan los diferentes intereses personales que hacen a la identidad de cada sujeto por fuera de la pertenencia a la facultad, que recién está comenzando y se necesita consolidar.

UNA MIRADA DESDE LA PRÁCTICA

La primera unidad temática para ingresantes implica el análisis del ambiente de un sector de la ciudad. En los 2000, relevar un lugar demandaba mucha energía, tiempo, dinero y paciencia; había que ir al sector, más o menos calcular el día y la hora en la que habría gente o no, buscar aquello de interés para el análisis, sacar con una cámara de rollo todas las fotos posibles o potenciales, llevar a revelar en tira de prueba, que resultaba más económico, e ir a buscar al otro día el resultado para ver cuáles de esas imágenes podían llegar a servir.

En el año 2020, frente a la situación de aislamiento obligatorio que debimos atravesar, el planteo fue: ¿cómo estudiar un espacio público que no se puede recorrer? Nos atrevimos a valernos de internet, a utilizar toda la información que existe en la red, principalmente los recorridos disponibles a través de Google Street View y las imágenes satelitales hallables en Google Earth. De manera tal que el ingreso al sector, para quienes no conocían la ciudad, se realizó emulando el sobrevuelo de un globo aerostático, para luego descender en la calle. Un recorrido impensable años atrás, que habilitó ampliar la percepción del entramado urbano, haciéndola más completa y diferente.

Hace veinte años, cuando llegaba el momento de analizar la comunicación visual, para conseguir los logos de diferentes empresas había que ponerse a la búsqueda de folletos en los exhibidores, revistas de ofertas que pasaban por debajo de la puerta, tarjetitas, merchandising, libritos, manuales de instrucciones, postales, carpetas, en fin, cualquier cosa que tuviera algo impreso servía para ampliar el repertorio visual y la disponibilidad de imágenes. Luego había que hacerlas operables, tal vez se podía hallar una solución aceptable con ilustración, pero el boom de la impresión de alta calidad como novedad y posibilidad de reproducción requería buenos escaneos o vectorizar todo en computadoras cuya capacidad de procesamiento no era la ideal.

El año pasado, el ejercicio se expandió cuando, para relevar la comunicación visual, varios estudiantes se valieron no solo de las páginas web oficiales de los comercios del lugar sino de las redes sociales de esos locales, donde existe un amplio repertorio de la identidad empresarial en uso persuasivo principalmente, pero, además, permite comprender el sentido de apropiación del lugar estudiado en tanto, por ejemplo, aparecen fotos de eventos en determinada temporada.

IMPOSIBLE DETENERSE

Como se mencionó en las reuniones, capacitaciones y encuentros docentes, «esto llegó para quedarse». Lo que aprendimos a través de la virtualidad, indudablemente, nos hará repensar nuestras estrategias, las prácticas áulicas, los encuentros presenciales y todo lo que sea que vayamos a hacer. Descubrimos todo un repertorio de herramientas pedagógicas y tecnológicas que probamos usar, aunque existían antes sin que nos interesara demasiado utilizarlas, ahora, indudablemente, van a estar sobre la mesa a la hora de diseñar las experiencias de aprendizaje.

Reflexionar sobre la innovación en educación desde el cambio de milenio a la actualidad es pasar por un sinfín de situaciones así, algunas chiquitas, otras más grandes; como mencionaba una convocatoria del anterior número de Polis: «las reconocemos cuando las vemos, pero no sabemos cómo ocurrieron».

Tal vez sea la propia formación en disciplinas proyectuales que nos motiva, nos incita y nos obliga a pensar distinto una y otra vez, a probar cosas nuevas y, finalmente, a innovar casi sin darnos cuenta.

San José del Rincón, mayo de 2021.

Cómo citar

Vogel, Lisandro. «Aprender, diseñar, innovar en FADU. Cambios en el ámbito educativo en los últimos veinte años». Polis, n° 19 (2021). https://www.fadu.unl.edu.ar/polis

 

Lisandro Nicolás Vogel

Licenciado en Diseño de la Comunicación Visual (FADU, UNL). Maestrando en Didácticas Específicas (FHUC, UNL). Se desempeña como docente y director de Asuntos Estudiantiles (FADU, UNL).