Palabras claves

El artículo propone un análisis crítico sobre la labor desarrollada por los arquitectos franceses Lacaton & Vassal, investigando el modo en que se han apropiado de una tipología tan particular como los invernaderos, adaptándola a diversas necesidades, sin abandonar su condición como elemento autónomo y funcionalmente coherente.

El presente estudio consiste en un análisis crítico sobre la labor desarrollada por los arquitectos franceses Lacaton & Vassal. Investigaremos el modo en que se han apropiado de una tipología tan particular como los invernaderos, adaptándola a diversas necesidades, sin abandonar su condición como elemento autónomo y funcionalmente coherente. Para alcanzar una mejor comprensión sobre cómo dicha tipología arquitectónica se ha integrado al ámbito residencial es necesario comenzar por un breve recorrido histórico acerca de su origen y evolución.

Los invernaderos surgieron a finales del siglo XVIII, producto de dos circunstancias: la afición de la burguesía por las colecciones botánicas, y el desarrollo de nuevos materiales constructivos como el hierro y el vidrio. La implementación del acero como elemento estructural más ligero, supuso la conformación de espacios con grandes luces, mayor eficacia de montaje y menores costos; mientras que el vidrio, como cerramiento exterior, permitió el aprovechamiento de la luz solar para la creación de microclimas en su interior, haciendo posible la vida de especies que habían sido trasplantadas a un contexto diferente.

El aspecto más revolucionario de estas primeras construcciones fue la adopción de una forma inédita que no respondía a ningún estilo de la academia, sino a un objetivo meramente funcional: mejorar la capacidad energética del edificio para alcanzar un microclima independiente del clima local. Desde un punto de vista termodinámico, Eduardo Prieto (2005) expone que dicha contundencia formal tenía por objetivo conseguir el máximo volumen de almacenamiento con la menor pérdida de calor, mientras que su completo acristalamiento y la inclinación de sus cubiertas respondía a principios de la geometría solar.

Durante el siglo XIX, el tamaño de las colecciones botánicas y las dimensiones de los elementos constructivos comenzaron a ser mayores, acelerando las exploraciones tipológicas de estos modelos. En pocos años, los invernaderos se transformaron en obras de grandes dimensiones, con estructuras ligeras y envolventes más flexibles, pero aún no eran autosuficientes y requerían sistemas de calefacción y ventilación.

Uno de los primeros invernaderos fue el Great Stove en Chatsworth, construido por Paxton entre 1837 y 1840, una nave central de grandes dimensiones cubierta por una bóveda de cañón de cristal soportada por pilares esbeltos de hierro fundido, cuyos empujes horizontales fueron compensados por dos naves laterales más pequeñas. Una obra que evidenciaba principios de diseño solar complementados con recursos mecánicos: orientación norte–sur, empleo de superficies con un coeficiente de forma favorable, y volúmenes vidriados que descansaban sobre un zócalo de mampostería que funcionaba como núcleo técnico para albergar los sistemas de calefacción y ventilación.

Por otra parte, el primer invernadero en Londres de estilo victoriano fue el Palm House de Kew, construido entre 1841 y 1849 por Turner y Burton, una obra compuesta por bóvedas cilíndricas, sendas semiesféricas y un remate con una cúpula de rincón de claustro. De este modo, la relación entre las superficies y el volumen reducía las pérdidas de calor; su forma y orientación garantizaban el máximo asoleamiento, la curvatura de las superficies permitía un buen escurrimiento del agua de lluvia; y el volumen acristalado descansaba sobre un zócalo que alojaba el suelo radiante y rejillas externas para la ventilación.

Estos modelos se extendieron rápidamente por los jardines botánicos de toda Europa y luego en las exposiciones universales, siendo el Crystal Palace de Paxton, en 1851, una de las obras más emblemáticas del período: un invernadero a gran escala, más a modo de contenedor de personas, mercancías y otras arquitecturas, basado en la prefabricación y montaje, delimitado por una estructura liviana de acero recubierta por una piel de láminas moduladas de vidrio.

Este proceso de descontextualización implicó la pérdida de la condición de arquitectura parlante de los invernaderos y aquella lógica basada en la eficiencia energética. Prieto (2017) manifiesta que la utopía del clima artificial ha encontrado en el invernadero una tipología adecuada para modificar los ambientes naturales a través de la técnica humana. Sin embargo, conforme su uso se extendió, los invernaderos se volvieron pseudomorfos, puesto que su razón climática inicial perdió vigencia y solo se trataban de recursos formales alcanzados mediante la utilización de acero y vidrio.

En este sentido, el empleo del vidrio a principios del siglo XX fue adquiriendo connotaciones propias de la modernidad: transparencia, ligereza visual y fluidez espacial. Los primeros proyectos se evidenciaron en la exposición Deutsche Werkbund en 1914 donde, por un lado, la Fábrica Experimental de Gropius y Meyer manifestaba un lenguaje industrial con un muro cortina continuo e independiente de la estructura, y, por otro lado, Bruno Taut exacerbó el componente moral y metafísica del material, reflejando la filosofía de Paul Scheerbart en su Pabellón de Cristal.

En contraposición, en Estados Unidos se iniciaron estudios científicos sobre las casas solares en el MIT entre 1939 y 1950, a modo de reinterpretación de las antiguas teorías que Loudon había desarrollado durante el siglo XVIII, introduciendo el debate sobre cómo los tradicionales invernaderos pueden integrarse con los nuevos avances tecnológicos para la captación solar y producción de calor.

Posteriormente, durante la posmodernidad se erigieron edificios pseudomorfos que apelaban a criterios puramente estéticos, como la Iglesia de Garden Grove de Philip Johnson en 1980, el Palacio de Convenciones de Nueva York en 1986 y la pirámide de vidrio del Louvre en 1989 del arquitecto Pei; mas es preciso destacar que otras intervenciones de la época lograron mantener los vínculos entre la forma y la función energética de los invernaderos originales, como en la obra de Buckminster Fuller, cuyas cúpulas geodésicas guardaban una afinidad real entre energía y geometría.

Por consiguiente, conforme transcurre la historia, hemos visto cómo aquellos invernaderos de fines del siglo XVIII han ido sufriendo transformaciones y cómo, en ciertos casos se han perdido sus prestaciones climáticas en manos de una elección de la técnica basada únicamente en la estética; mientras que en otras ocasiones lo técnico y lo ideológico se han interrelacionado para afrontar las problemáticas climáticas en la arquitectura.

Actualmente, podemos identificar a Lacaton & Vassal como un estudio que efectúa un tratamiento consciente respecto a esta tipología arquitectónica. Anne Lacaton y Jean–Philippe Vassal se conocieron durante su formación como arquitectos en los 70. Una vez graduados, mientras Vassal se trasladó a Níger en África, Lacaton comenzó su Maestría en Planificación Urbana de la Universidad Bordeaux Montaigne y se mantuvo en contacto con Vassal mediante viajes a Níger. Así, durante sus estadías en África comprendieron cómo la belleza arquitectónica estriba en el aprovechamiento de los recursos disponibles, las potencialidades de la naturaleza y el respeto por las preexistencias.

Choza de paja, Niamey, Níger, 1984 (Créditos: Lacaton & Vassal)
Fuente: Lacaton & Vassal. www.lacatonvassal.com

En 1987 establecieron su estudio en París basado en los ideales de justicia social, sostenibilidad, reciclaje y economía de recursos; dando por resultado una arquitectura ligera y versátil. Según Ilka & Andreas Ruby (2007) «Lacaton & Vassal liberan al material de cualquier función narrativa y, en su lugar, lo someten a una lógica de usos. No se preguntan por el significado del material sino por sus posibilidades». 

Estos arquitectos acogen la tipología del invernadero debido a su potencial de adaptación. Esta apropiación no implica simplemente un edificio pseudomorfo, ya que su desplazamiento hacia la vivienda se origina tanto en su estructura como producto industrializado, y en su vínculo con el lugar que motiva la intervención. Por tanto, la forma, la funcionalidad y la tecnología de los invernaderos son asumidas y reinterpretadas en pos del proyecto. Sus obras recuperan la condición original de esta tipología junto a un funcionamiento coherente, «el invernadero es trasladado, así, de un campo semántico a otro, pero se respeta su anatomía, su integridad de objeto». 

Lacaton & Vassal han encontrado en el invernadero un dispositivo eficiente desde un punto de vista climático e idóneo económicamente. Al establecer una relación activa con el contexto, empleando el potencial de lo existente y conjugándolo con materiales de bajo costo, logran ejecutar en poco tiempo obras que se adaptan a escenarios diversos, dando respuesta a programas residenciales y culturales, favoreciendo la flexibilidad y apropiación por parte de los usuarios.

Desde un punto de vista regional, los arquitectos franceses consideran al clima como un elemento más de la composición, evidenciándose nuevamente la influencia de África. Puesto que los invernaderos funcionan como una cámara térmica, mediante estructuras y cerramientos móviles, ligeros y transparentes, los usuarios pueden crear su propio clima interior, según sus necesidades y preferencias. Siendo que gran parte de sus proyectos se encuentran en la zona más occidental de Francia, su clima oceánico–continental implica inviernos muy fríos y veranos cálidos. Al utilizar invernaderos es como si los espacios adoptasen un ropaje externo y flexible frente al clima local, capaz de interactuar con las personas y proporcionar mejores condiciones para el bienestar humano.

Por otro lado, desde un punto de vista material, manifiestan una preferencia tanto por las preexistencias con potencial para ser reutilizadas, como por los materiales industriales y prefabricados que proporcionan ligereza, versatilidad y economía. Sus estructuras son materializadas con elementos portantes de acero u hormigón, intentando que sean permeables a los rayos solares, livianos y fácilmente adaptables a requerimientos futuros. Asimismo, en muchos proyectos los cerramientos opacos consisten en chapas de fibrocemento y aluminio, puesto que son baratos y eficientes; mientras que la transparencia es alcanzada por medio de cerramientos exteriores de paneles de policarbonato o ETFE un polímero termoplástico transparente de alta durabilidad.

Por último, en cuanto a la incorporación del invernadero en sus proyectos, es posible detectar tres adaptaciones tipológicas. En primer lugar, invernaderos adosados al espacio acondicionado, implementados tanto en proyectos de viviendas unifamiliares como en torres residenciales. Es posible identificar dos zonas climáticas: el espacio habitado convencional e interior, y un espacio extra delimitado por una fachada móvil y traslúcida. Esta última área podrá ser considerada como intermedia entre el interior y el exterior cuando se encuentre completamente cerrada; o como un espacio exterior, a modo de balcón, cuando los cerramientos se encuentren abiertos. De esta manera, dicho sector anexado brindará mayor espacio a las unidades y podrá ser utilizado para el despliegue de actividades que no fueron predefinidas.

Imagen 3. Esquemas: verano, estación media, invierno.
Fuente: elaboración propia.
Imagen 4. Transformación de Tour Bois-le-Prêtre, París, Francia, 2005-11 (izqda.). Maison Latapie, Floirac, Francia, 1991-93 (dcha.).
Fuente: Lacaton & Vassal. www.lacatonvassal.com

En segundo lugar, los invernaderos que envuelven los espacios acondicionados consisten en dos sistemas: para uso residencial, es un volumen que envuelve la totalidad del espacio interior, generando espacios intermedios que pueden controlarse climáticamente en función de las condiciones exteriores; mientras que en edificios públicos son volúmenes que se utilizan directamente para albergar actividades en su interior, siendo el invernadero el propio edificio.

En tercer lugar, un sistema menos recurrente pero utilizado en ciertos edificios de carácter público, son los invernaderos a modo de galería sobre las fachadas, diseñados según criterios bioclimáticos, junto a plantas trepadoras y abundante flora, que permite amortiguar el aire exterior que penetra a los espacios acondicionados.

Retornando brevemente hacia los orígenes de la humanidad y haciendo alusión a Prieto (2015), es evidente que el fuego ha sido un elemento fundacional para las sociedades, ya que el calor de las llamas reunía a los hombres, induciéndolos al empleo de un lenguaje común, y a la creación de un refugio. Por ende, el vínculo original entre el fuego y la arquitectura tuvo una doble dimensión: simbólica y funcional. Sin embargo, conforme transcurrió la historia, se han desarrollado avances tecnológicos que posibilitaron la producción de energía calórica sin necesidad de recurrir al fuego o a la energía solar. El fuego fue perdiendo sus contenidos rituales, junto a aquel espacio central que representaba el hogar para la arquitectura, siendo desplazado y encapsulado dentro de estufas o sistemas de acondicionamiento. En este sentido, una de las tipologías en la que se advierte con mayor nitidez este modo de reclusión del fuego hacia un papel secundario, corresponde a los invernaderos.

Asimismo, un proceso similar se produjo en torno a uno de los elementos naturales más básicos para la vida, puesto que el sol comenzó a ser «embotellado» dentro de construcciones de cristal, con el objetivo de mejorar la eficiencia térmica de los ambientes, sin importar aquella presencia simbólica original. Por tanto, es evidente que el proceso de homogeneización visual asociado con la modernidad posee un correlato paralelo con los procesos de homogeneización térmica; razón por la cual el espacio uniforme y repetible de nuestros días, lo es tanto material como energéticamente.

Sin embargo, en la arquitectura contemporánea existen algunos casos que intentan remediar esta separación entre materia y energía, entre arquitectura y fuego. El estudio Lacaton & Vassal trasciende las formas tradicionales en busca de nuevas posibilidades estéticas para los espacios, relacionándolos con la luz natural, el aire y la energía. Para ello, adoptan la tipología del invernadero pues lo consideran óptimo en su construcción, eficiente energéticamente, económico en su costo, y flexible en su organización espacial. Las estrategias de manipulación tipológica empleadas hacen que estos se trasladen de un campo semántico a otro, mas respetando su anatomía e integridad de objeto.

No consideran a los invernaderos como simples pseudomorfos, sino que recuperan la condición funcional inicial. Se incorporan adosados a las viviendas, y el sistema de envolventes le otorga flexibilidad en cuanto al acondicionamiento del espacio habitable; dando una respuesta eficiente al clima oceánico–continental de sus emplazamientos, permitiendo su apertura en verano y su total cerramiento en invierno, generando superficies habitables más allá del programa, y posibilitando que los usuarios se apropien de ellos según sus necesidades.

Según palabras de Eduardo Prieto, «la energía es un concepto que tiene múltiples acepciones y es esta riqueza la que permite considerarla como un término mediador». Por tanto, en la obra de los arquitectos franceses es posible observar cómo el empleo consciente de la energía la convierte en un elemento mediador entre el polo estético–material y el polo técnico–funcional; es decir, entre aquellas dimensiones inseparables que constituyen los aspectos visibles e invisibles de la arquitectura.

Referencias bibliográficas

Ábalos, Iñaki. «La belleza termodinámica», 2G 56 (2010): 125.

Benevolo, Leonardo. Historia de la arquitectura moderna. Madrid: Taurus, 1963.

Fernández–Galiano, Luis. El espacio térmico en la arquitectura. Construcción y combustión, de Vitruvio a Le Corbusier. En El fuego y la memoria. Sobre arquitectura y energía, 217–243. Madrid: Alianza, 1991.

Lacaton, Anne; Fréderic Druot; Jean–Philippe Vassal. Plus. La vivienda colectiva. Territorio de excepción. Barcelona: Gustavo Gili, 2007.

Prieto, Eduardo. La arquitectura de la ciudad global: redes, no–lugares, naturaleza. Madrid: Biblioteca Breve, 2011.

Prieto, Eduardo. «¿Una estética de la energía? A vueltas con la sostenibilidad». Arquitectura Viva, 175 (2015).

Prieto, Eduardo. Arcadias bajo el vidrio. Tipos termodinámicos: del invernadero a la casa solar. Cuadernos de Notas (18) (2017).

Prieto, Eduardo. Historia medioambiental de la arquitectura. Madrid, 2019.

Ruby, Ilka & Andreas (2007). Arquitectura Naif. Notas sobre el trabajo de Lacaton & Vassal. 2G Lacaton & Vassal. Barcelona: Gustavo Gili, 2007.

Cómo citar

Giraudo, Anyelén, y Rodrigo Agostini. «Lacaton & Vassal. Arquitectura, estética y energía». Polis, n° 20 (2022). https://www.fadu.unl.edu.ar/polis

 

Rodrigo Agostini

Especialista arquitecto. Docente Investigador FADU, UNL.

Anyelén Giraudo

Tesista en Arquitectura, Diseño y Urbanismo FADU, UNL.