La «bóveda cáscara» es la creación del arquitecto Amancio Williams que constituye su realización más trascendente y con la cual se lo identifica. Fue pensada hacia 1950 para hospitales a construirse en la provincia de Corrientes (no realizados). La aplicó en numerosos proyectos que tampoco prosperaron y en la única oportunidad que se materializaron fueron luego demolidas. Oportunamente intentó obtener un registro de patente de invención, que le fue denegada.

EN BUSCA DEL «MEDIO CLIMA»

«La presente invención está constituida por un sistema de techos integrado por unidades modulares, las cuales en conjunto pueden originar grandes extensiones cubiertas».[1] Con este enunciado comienza la solicitud de patente que el arquitecto Amancio Williams (1913–1989) solicitó por un plazo de quince años a la Dirección de la Propiedad Industrial de la República Argentina.

¿Cuál era el origen de esa invención? Su génesis se encontraba en los proyectos para tres hospitales a ser ubicados en la provincia de Corrientes, realizados por encargo del Estado Nacional en 1948.

Como parte del primer Plan Quinquenal del gobierno de Juan D. Perón se había formulado un programa de salud (conocido como «Plan Carrillo» por haber sido el Dr. Ramón Carrillo –entonces Ministro de Salud Pública– quien lo diagramó) que, entre otras acciones, construyó una importante cantidad de hospitales y centros sanitarios que se distribuyeron en el territorio nacional. En ese marco se le asignaron a Williams los proyectos para tres hospitales en la provincia de Corrientes, a ser ubicados en las localidades de Mburucuyá, Esquina y Curuzú Cuatiá, poblaciones semirrurales relativamente aisladas. El clima del área geográfica, subtropical, caluroso, con intensa radiación solar y fuertes lluvias, llevó al arquitecto a imaginar modos de asegurar ciertas condiciones de confort para los futuros edificios.

En julio de 1948 visitó la zona y recorrió los distintos sitios para seleccionar terrenos, instancia en la que tomó sus propias fotografías, documentando en imágenes las galerías de los edificios tradicionales, un recurso que la arquitectura popular de la región históricamente adoptó como protección del sol y creación de sombras arrojadas, disminuyendo con ello la carga de calor en muros y solados.

Fotografía tomada por Amancio Williams en Mburucuyá, provincia de Corrientes (julio de 1948). Fuente: Canadian Centre for Architecture – Archivo Amancio Williams (CCA-AAW). Reproducida por el autor en el Archivo Amancio Williams. Vicente López, agosto de 2013.

Probablemente estas observaciones le indujeron la idea de dotar a los edificios de una segunda cobertura, un «techo alto» que proyectara sombra en las áreas elegidas y que según las épocas del año dejara pasar más o menos el sol. La elevación de esta cubierta permitiría, además, que entre ella y las edificaciones situadas debajo se diera un importante espacio vacío que, abierto a los cuatro vientos, permitiría el libre desplazamiento del aire impidiendo la acumulación de calor y generar así un «medio clima», tal como el arquitecto definía a la condición pretendida.[2]

Después de búsquedas experimentales, ensayos con diferentes configuraciones estructurales y formatos, Williams impulsó el diseño de un elemento original que, luego de un laborioso proceso de diseño, alcanzó su punto de refinamiento concluyente: un módulo estructural autoportante de cubierta con planta cuadrada y una columna central, la que a su vez oficia de desagüe pluvial. Esta pieza resuelta con una lámina de hormigón –a la que denominó «bóveda cáscara»–, en su concepción estructural se define como de «resistencia por forma», es decir que su desarrollo tridimensional le otorga suficiente rigidez como para sustentarse con autonomía, a pesar de la extrema delgadez de su membrana, especialmente afinada en los bordes.

En los hospitales, los «techos altos», resueltos con el sistema de «bóvedas cáscara» acopladas por sus laterales, generan una superficie continua que podía ser perforada quitando partes o módulos completos de la cubierta y se elevaban a unos 12 m de altura por encima del edificio principal que, por requerimientos del ministerio, se resolvía en un planteo horizontal extendido mayoritariamente en una planta. De ese modo se podía controlar la incidencia del sol en distintas épocas del año y permitir su entrada en los sectores requeridos a la vez que arrojar sombras sobre las demás, permitiendo, al mismo tiempo, el desplazamiento del aire con libre circulación y mitigar las condiciones ambientales mediante una «foresta artificial».

Corresponde mencionar que el recurso del doble techo estaba siendo usado por Le Corbusier en Chandigarh –casi al mismo tiempo y prácticamente en idéntica latitud (entre 28º y 30º) solo que en el hemisferio opuesto–, y que José Luis Sert, unos años después (en 1957), proyectaba para La Habana la sede presidencial Palacio de las Palmeras con un concepto muy similar al de los hospitales correntinos, incluso en sus aspectos formales. Por otra parte, las especulaciones de Sert y Paul Lester Wiener acerca de la necesidad de recuperar los patios como una característica de las tradiciones arquitectónicas latinoamericanas (Wiener y Sert 1953, 124–125) –en tanto dispositivos facilitadores del confort ambiental así como de la sociabilidad– estaban también presentes en los hospitales correntinos, que contaban con un gran espacio abierto a modo de plaza pública central que organizaba las circulaciones, y diferentes patios menores.

José Luis Sert. Proyecto para “Palacio de las palmeras” (La Habana, Cuba, 1957). Fuente: Bastlund y Sert, Architecture, City planning, Urban design. Zurich: Artemis Verlag, 1967, p. 125.

Por otra parte, el impacto que tendrían estas construcciones en la horizontalidad del paisaje que envolvía a esas modestas poblaciones, destacaría por la altura alcanzada por el «techo alto» y la singularidad de sus formas. Sin duda habrían contribuido a constituir un hecho memorable desde la arquitectura, dotando a los sitios de un acontecimiento significativo y perfilado adecuadamente para cubrir las demandas de esa «nueva monumentalidad» para la arquitectura cívica, aquel reclamo que venía siendo sostenido por Sigfried Giedion, Sert y Fernand Léger,[3] entre otros. Estas coordenadas de ubicación conceptual son apenas una muestra de la capacidad de Williams para situar a su arquitectura a la par de lo que sucedía en el mundo, mostrando un pensamiento propio y elaborado que se configuraba en los problemas de la disciplina en la segunda posguerra.

LA «BÓVEDA CÁSCARA»

El de los «techos altos» era un interés que, según manifestara Williams en distintas ocasiones, se le había comenzado a presentar hacia 1939; así los hospitales para Corrientes fueron la oportunidad de ensayar una sofisticada versión de aquellas ideas previas. Explorando las condiciones del hormigón armado (un material sobre el que ya había adquirido experiencia y que resultaría característico en su trabajo), la búsqueda se orientó hacia las láminas delgadas que ganan resistencia por su forma con doble curvatura. Este era un tipo de estructuras para el que no había certezas y el cálculo científico aún no daba fórmulas válidas por lo que, apelando a sus conocimientos de ingeniería[4] y a su clara vocación experimental e inventiva, desarrolló el proceso tal como lo hicieron otros que, en distintas partes del mundo, estaban siendo pioneros trabajando en esa dirección (Eduardo Torroja en España y algo más tarde Félix Candela en México, Heinz Isler en Suiza, son algunos ejemplos). El método, entonces, fue experimental, mediante ensayos de aproximación con modelos en escala sometidos a carga proporcional y comprobación posterior.

Croquis de estudio (fragmento, ca. 1939) de Amancio Williams para un sistema de techos altos. En primer plano el módulo básico y al fondo un elemento de cubierta es izado con una grúa para su montaje en la columna. Fuente: (CCA-AAW). Fotografiado por Sergio Esmoris en el Archivo Amancio Williams. Vicente López, octubre de 2010.

La definición del objeto básico, la bóveda cáscara (que puede funcionar aislada y autónoma, así como vinculada y agrupada), tuvo un prolongado y laborioso proceso de desarrollo que involucró cuestiones formales, materiales, constructivas, estéticas y de cálculo a lo largo de meses de refinamiento para cada una de sus partes.

Se trata de un elemento complejo: una estructura tridimensional que cubre un módulo mediante una superficie de doble curvatura, resolviendo la transición entre la forma cuadrada del perímetro y el círculo central coincidente con la llegada de la columna hueca de sección circular (que la sostiene y por la cual se efectúa la descarga de las aguas pluviales). Al acoplarse entre sí por los bordes se produce una superficie continua, a la que se pueden quitar módulos o segmentos para dar luz natural donde sea requerida.

La complejidad formal que presenta la pieza proviene de la doble curvatura que se imprime a las superficies, y del hecho que, siendo una planta cuadrada en el perímetro, deriva gradualmente hacia el círculo en el centro, ubicado más abajo. La dificultad de definir con precisión la geometría que conforma la cubierta queda expresada en la enunciación que Williams ensayó para la memoria descriptiva de estas estructuras: «la superficie de doble curvatura que constituye la cáscara puede con buena aproximación considerarse como una superficie de rotación que degenera en una superficie de elementos alabeados de paraboloide hiperboloidico» (Williams s/f). Por cierto, la descripción resulta un tanto confusa, por lo que a falta de una fórmula geométrica que la defina con exactitud, el arquitecto denominó a su invención como «bóveda cáscara», dejando de lado que, si bien efectivamente se trata de una cáscara, técnicamente no se comporta como una bóveda.

Esa combinación de diferentes matrices geométricas (del cuadrado al círculo en diferentes niveles) define dos perfiles diferentes ya sea para la sección transversal o la diagonal; en ello radica no solo la complicación para su clasificación formal sino también (lo que es más importante) para su cálculo estructural. Además, y justo es reconocerlo, reside allí su singularidad, que la aleja de todos los diseños de este tipo que se hicieron en el mundo y la dota de una particular belleza y elegancia.

La silueta de borde en vista lateral dibuja una sinuosa curva y contracurva en una línea que, fuera de contexto, podría atribuirse a un esteticismo purista. Sin embargo, no se trata de un recurso formal sino netamente estructural: en la forma radica su fuerza. Por ello esa sinusoide fue objeto de minuciosos estudios, que fueron determinando la diferencia de altura entre las crestas y el valle para las distintas dimensiones de las cáscaras propuestas, que iban de los 9 a los 13 m de lado. La correspondencia entre el perfil adoptado y su capacidad resistente resultó de aproximaciones teóricas tanto como de ensayos de carga con modelos a escala, hasta alcanzar la óptima relación entre forma y resistencia. La lámina de hormigón que conforma la superficie presenta en su borde un espesor de aproximadamente 4 cm, lo que en las vistas en que queda expuesta esta situación y con la ondulación continua de las formas acopladas en serie, producen un efecto de ligereza y dinamismo inusual para una estructura de tal tamaño.

Una serie de bocetos documenta la progresiva exploración que determinaría la forma de ese gran cáliz –que en algunas de las propuestas alcanzaba a cubrir 169 m2 de superficie– hasta lograr la adecuada relación entre tamaño y geometría, la que en buena medida depende de las curvas que se adoptan en los bordes.

En más de una oportunidad Williams acudió a Pier Luigi Nervi para realizar consultas; su punto de vista coincidía con el del ingeniero italiano, quien en sus conferencias en Buenos Aires había pronunciado: «la expresividad arquitectónica de una estructura de notable importancia estática se encuentra en función directa de su claridad, simplicidad y economía» (Nervi 1951, 40). En coincidencia, el arquitecto argentino intentaba afinar al máximo la correspondencia entre material, forma y resistencia.

Para ello se introdujo en el modelo de la «estática experimental» que proponía Nervi, y valiéndose de los modelos a escala (como también lo hacía Torroja), produjo un resultado para las bóvedas cáscara que resulta original y da respuesta a problemas complejos como el de la transición entre la forma del círculo central hacia el cuadrado que resuelve su perímetro. El procedimiento consistía en preparar maquetas a escala ya sea de las armaduras expuestas o de las cáscaras armadas, para luego aplicar cargas equivalentes y verificar el comportamiento estructural.

Según recuerdan Helvidia Toscano y Jacobo Saal (colaboradores del estudio), los ensayos se hicieron

Una vez tomadas las decisiones más importantes, los ensayos recibían luego una comprobación teórica mediante cálculos realizados por el ingeniero italiano Giulio Pizzetti, un colaborador de destacada trayectoria que por entonces se encontraba viviendo en Buenos Aires. Las dificultades eran muchas, Eduardo Torroja ya lo había advertido en ocasión de una consulta realizada por correspondencia: «estas superficies con simetría de revolución limitadas por un polígono que no la tiene, suelen presentar flexiones importantes en ciertas zonas».[5]

Finalmente, el producto obtenido luego de incontables ajustes resultó satisfactorio e hizo posible su utilización como elemento autónomo y aislado, a la vez de permitir el acople directo por los lados para generar superficies cubiertas continuas e, incluso, quitar parcial o totalmente módulos sin alterar la estabilidad del conjunto.

Plano definitivo (ca. 1951). Corte por la diagonal de una bóveda cáscara para el hospital de Curuzú Cuatiá. Fuente: (CCA-AAW). Fotografiado por Sergio Esmoris en el Archivo Amancio Williams. Vicente López, octubre de 2010.

A pesar de no haberse construido los hospitales, cuyos proyectos ya estaban terminados en 1951, la unidad estructural a la que Williams denominó «bóveda cáscara» continuó como elemento autónomo participando de distintos proyectos y constituyéndose en una pieza icónica; en ella se conjugan una idea de belleza universal y atemporal con un sentido riguroso de la técnica en beneficio del resultado formal, principios sobre los que se había pronunciado el propio Williams en 1949: «en cuanto a la forma: la invención y el descubrimiento en correcta relación con la materia y la técnica» (Williams 1949, 1). Detrás de esta frase se esconden los fundamentos más profundos del pensamiento de Williams sobre el proyecto y se sustenta una idea de belleza, aquella que se alcanza mediante la experimentación con la forma atendiendo a la técnica, en correspondencia con la materia para alcanzar el equilibrio justo y sin lugar para lo superfluo o anecdótico. De algún modo estaba en sintonía con los fundamentos de un diseñador al que admiraba, Max Bill y su principio de la «buena forma».

Posteriormente, este elemento arquitectónico único pero repetible fue adaptado por Williams para diversos proyectos (en su gran mayoría no realizados) entre los que se destacan: estación de servicio para Automotores Avellaneda (Avellaneda, 1954 / 1955), supermercado textil «La Bernalesa» (Bernal, 1960), Escuela Industrial (Olavarría, 1960), casa de veraneo para la familia Di Tella (Punta del Este, 1961), monumento en homenaje a Alberto Williams (Buenos Aires, 1963), el Santuario de Nuestra Señora de Fátima (Pilar, 1967 / 1968), casa en Lomas de San Isidro (1969), el concurso para el Hospital de Orán (Salta, 1970) o el Pabellón Bunge y Born en la Feria del Centenario de la Sociedad Rural de Palermo (Buenos Aires, 1966), en el que por primera vez se construyeron dos bóvedas cáscara, no pudiendo evitarse su demolición al poco tiempo de finalizada la exposición por tratarse de una instalación circunstancial, cuya presencia debía ser efímera.

Con posterioridad al fallecimiento del arquitecto (1989), las bóvedas cáscara fueron construidas en dos oportunidades, un par de ejemplares en la costa del Río de La Plata, como homenaje a Williams en ocasión del cambio de milenio (Vicente López, 2000. Proyecto por Claudio Vekstein–Claudio Williams) y en «El Molino. Fábrica cultural», donde un conjunto de 13 elementos constituye una plaza semicubierta (Santa Fe, 2010. Unidad Ejecutora de Proyectos Especiales del Gobierno de la provincia con la expresa autorización de la familia Williams).

Con esas obras construidas décadas después de la muerte de Amancio Williams, se da un caso excepcional en la historia de la arquitectura en Argentina, en el que una pieza arquitectónica se repite en ausencia de su autor, replicándose en distintas locaciones y para usos diversos.

Según Joseph Rykwert, «la columna y la viga que soporta, cuando se combinan para ser reconocidos (aun aproximadamente) como pertenecientes a un tipo definido, se llaman orden» (Rykwert 1996, 3); así Williams –probablemente sin un propósito consciente– con el elemento «bóveda cáscara» y su soporte había desarrollado un nuevo orden, un orden moderno.

El Molino Fábrica Cultural. Unidad ejecutora de proyectos especiales del Gobierno de la Provincia de Santa Fe. (Santa Fe, 2010). Foto: Luis Müller

UNA INVENCIÓN SIN PATENTE

Hacia fines de la década de 1960, ante la certeza de haber creado una pieza arquitectónica singular, con posibilidad de ser reproducida a voluntad y con diferentes propósitos, Williams consideró oportuna la solicitud de una patente de invención ante el Registro de la Propiedad Industrial, estimando tal vez que se podría encarar una producción en serie o, al menos, para proteger su diseño.

No era la primera vez que acudía a los servicios de un estudio para registrar sus trabajos. En otra oportunidad, en junio de 1960, recibía el informe producido por el ingeniero Hugo Jorge Vidal, agente de la propiedad intelectual, en el que lo ponía al tanto de los análisis de factibilidad para patentar los diseños de su sillón desarmable de madera y cuero, una biblioteca, una cama y una bolsa para desperdicios (hay que recordar que también anteriormente había desarrollado un atril metálico de exhibiciones y un envase para cerveza, y más adelante lo haría con un libro de formato «acordeón»). Para los casos que mencionaba Vidal, advertía que la previa publicación quitaba novedad a la invención y dificultaba su registro, por lo que aconsejaba:

que le sería conveniente, dado el tipo especial de muebles que Ud. diseña y el conocimiento existente sobre sus trabajos, el registro de la marca «Willians» (sic) en la clase 13 que ampara, muebles de todas clases, de metal, madera, cortinados, camas, ventanas, puertas, artículos de decoración, chapas para muebles en general, etc., en razón de que cualquier otra persona de buena o mala fe podría obtener dicha marca e impedir el uso de la misma, por parte suya más adelante. [6]

 

 

Por su parte, la presentación de solicitud para las bóvedas cáscara refiere a «unidades modulares constituidas cada una por tres elementos: a) una superficie de techo; b) Una columna central de soporte; y c) una fundación que soporta toda la unidad, ubicada en la parte inferior de la columna» (Williams s/f, 1) y la descripción que avala la solicitud continúa diciendo:

Estos techos sirven para crear un espacio arquitectónico en el cual pueden desarrollarse prácticamente todos los objetivos de la arquitectura: viviendas, hospitales, escuelas, edificios públicos, comerciales e industriales, depósitos, etc. El espacio arquitectónico creado por estos techos, es un nuevo espacio arquitectónico y nuevo en la historia de la arquitectura. Hasta el presente, la arquitectura se ha caracterizado por edificios que pueden compararse por analogía con cajas cerradas por paredes opacas –en épocas pasadas– y transparentes, de vidrio –en la actual–; pero siempre en formas similares a cajas. El nuevo espacio arquitectónico creado por estos techos es un espacio que permite por debajo de ellos una arquitectura de formas libres y sueltas.

Estos techos también desempeñan un rol funcional al crear un espacio sombreado protegido contra la intemperie, la lluvia y el sol.

Ya la unidad modular básica crea este espacio arquitectónico y bajo ella pueden desarrollarse temas de arquitectura. [7]

La presentación de referencia no está fechada, aunque datos conexos permiten situarla en los últimos años de la década de 1960, un momento en que en el país ya se había instalado una fuerte corriente de interés por el diseño industrial, como una disciplina emergente a la que muchos arquitectos se volcaron en la práctica.[7] Como expresa Jorge F. Liernur, «en las patentes se manifiestan tendencias, deseos, posibilidades y aptitudes de la sociedad a la que pertenecen» (Liernur 2014, 112) y Williams, que ya había incursionado en este terreno, daba cuenta de esa condición.

Resulta significativo el cambio de léxico utilizado en la descripción presentada, en relación con el lenguaje utilizado en las memorias descriptivas de los hospitales a principios de la década anterior, en las que se hablaba de «elementos» para referir a las piezas unitarias que en conjunto componían el techo alto. En oportunidad de esta solicitud de patente se refiere a ellas como «unidades modulares» que integran un «sistema de techos», lo que da cuenta de los cambios ocurridos en la cultura arquitectónica en el transcurso de las casi dos décadas que separan ambas instancias: se puede considerar con ello una referencia a las entradas de la «teoría de sistemas» y de la «coordinación modular», que introdujeron cambios en los modos de proyectar, a la vez que renovaron el dialecto de los arquitectos.

En función de ampliar las posibilidades del sistema que se intentaba patentar, se proponía que podía adoptar formas diversas:

así en lo referente al elemento superficie de techo, puede ser de planta cuadrada, triangular, poligonal, etc. y puede estar construida aplicando el principio de la bóveda cáscara en hormigón armado o el de superficies planas con refuerzos reticulares externos o internos (Williams s/f, 2).

También en lo constructivo se hacía notar la posibilidad de variaciones:

Puede construirse utilizando no sólo hormigón armado sino también otros materiales como ser el hierro–cemento, metales utilizados en chapas y perfiles y materiales plásticos utilizados según su técnica correspondiente o en combinaciones con metales y también con maderas en terciados, laminados, etc., y en combinación con plásticos y metales (Williams s/f, 2).

Sin duda, un arquitecto tan afín a las innovaciones técnicas como lo era Williams, mostraba actualización en cuanto a las novedades en el campo de la construcción, tales como los plásticos y las maderas laminadas, condición que también habilitaba a pensar en sistemas constructivos prefabricados:

estas unidades modulares pueden ser realizadas en el obrador o construidas con diversos sistemas de prefabricación en talleres o fábricas y luego enviadas en partes a la obra y montadas en el lugar. La posibilidad de su prefabricación y la facilidad de montaje les da la característica de su fácil comercialización pues pueden ser enviadas al obrador y montadas en pocas horas (Williams s/f, 2–3).

La novedad más impactante que introducía en esta presentación consistía en una combinación hasta entonces impensada:

estas unidades no sólo pueden combinarse horizontalmente, poniendo unas próximas a otras sobre el suelo, sino que también pueden combinarse verticalmente, eliminando las bases o mejor dicho considerando que la base de una es la unidad inferior. Esta combinación crea un nuevo sistema estructural, sencillo y racional (Williams s/f, 3).

La presentación se acompañaba de siete figuras que de forma gráfica explicaban la «unidad modular», sus partes y posibles formas de combinación, tanto en horizontal como en vertical.

Finalmente, si bien previsible no por ello menos desalentadora, la notificación del agente de «patentes de invención, marcas de fábrica y diseños industriales» a quien se le había encomendado la presentación, daba cuenta del rechazo de la solicitud por parte de la Dirección de la Propiedad Industrial:

Solicitud de patente de invención: «SISTEMA DE TECHOS», Acta Nº 208.772.

Cumplimos en comunicar a Ud. que en las actuaciones del rubro, el técnico examinador ha dictaminado el siguiente informe:

«Sr. Comisario: Lo argumentado no salva los reparos opuestos. Si consideramos lo propuesto en relación con lo documentado, se desprende que el objeto principal está configurado por una fundación que da sustentación a una columna que soporta una membrana en voladizo. Ello responde a un esquema estructural que no puede considerarse novedoso. Por otra parte, la divulgación previa realizada, como ya se señalara, invalida la presente solicitud. No puede accederse a lo solicitado».[8]

 

 

Apreciadas desde el punto de vista burocrático, ambas razones esgrimidas por el técnico examinador tenían sentido: analizado de ese modo no se trataba de otra cosa que un conjunto de base, columna y techo en voladizo, algo bien conocido para la historia de la construcción; por otra parte, ya se había advertido que toda publicación previa actuaba en sentido contrario a la novedad del producto. La respuesta sintetiza el choque de dos modos de entender el mundo: aquello que para Williams era una invención, para la administración de la industria de la construcción implicaba apenas una versión más de estructuras ya conocidas. Probablemente el camino no era el adoptado, sino el de registrar un sistema constructivo con su proceso de prefabricación homologando así un producto industrial, tal como por ese tiempo se estaba desplegando en el país a partir de empresas que incurrían en la prefabricación de elementos estructurales de hormigón premoldeado. Pero para eso era necesario montar una industria y desarrollar el producto, condiciones que Williams lejos estaba de poder afrontar y, probablemente, tampoco de interesarse en gestionar; su energía estaba dirigida a desarrollar la creatividad en el proyecto, más preocupado por la invención que por la producción.

Con las «bóvedas cáscara» Williams intentó resolver el viejo problema de conciliar lo útil y lo bello. Si bien los proyectos para hospitales en Corrientes surgieron de una situación precisa y un estudio detallado de las condiciones locales, consiguió extrapolar los datos y, sin renunciar a proveer soluciones concretas a la situación dada, realizó una propuesta atemporal y, en cierta medida, deslocalizada. Una arquitectura más allá del tiempo y del lugar, que se resuelve en sí misma y que, en principio, podría ser trasladada a otras regiones sin devaluar su coherencia interna. Es el convencimiento de que en la concepción de la obra es donde anidan sus principios fundamentales –aquellos que permiten que se constituya a partir de un proceso de autofundación–, lo que legitima el planteo de Williams y lo define como un pensamiento esencialmente moderno.

A su vez, con el desprendimiento de un elemento creado para aquel proyecto, dotarlo de autonomía, cruzó otro umbral, el paso de la singularidad a la reproducción. Parafraseando a Walter Benjamin, puede decirse que la «bóveda cáscara», que en realidad se establece a partir del conjunto de una columna y una superestructura, es un producto que se propone pertenecer a «la época de su reproductibilidad técnica» (Benjamin 2003). Así, el paso del artefacto singular e irrepetible a la producción seriada en la que cada elemento es en sí también un original, habilita la posibilidad de que la invención de Williams pudiera replicarse industrialmente y dispersarse, tal como lo plantea Liernur:

Si en la edad clásica la obra era un «unicum», y se instalaba en la cadena del tiempo como un sutil desplazamiento en la serie infinita de semejanzas que la antecedían y habrían de sucederla, autoconcebida como producto industrial, con el funcionalismo inauguraba una serie: no necesitaba de una materialidad inmortal aunque su propio cuerpo físico fuera destruido, su presencia en el futuro estaría asegurada por alguna de sus innumerables réplicas diseminadas en cualquier lugar del planeta (Liernur 2010, 111).

Tal vez con ello se pueda ir más allá y decir que, discretamente, Amancio Williams se instaló en un sitial en el que –quizás sin intención consciente– llegó a inscribirse: el de la invención de un orden sin tiempo (y sin patente).

El Molino Fábrica Cultural. Foto: Luis Müller. Agosto de 2010.

Referencias bibliográficas

Bastlund, Knud, y José Luis Sert. Architecture, City planning, Urban design. Zurich: Artemis Verlag, 1967.

Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. México: Itaca, 2003.

Crispiani, Alejandro. Objetos para transformar el mundo. Trayectorias del arte concreto–invención. Argentina y Chile, 1940–1970. Buenos Aires: UNQ–Prometeo, 2011.

Liernur, Jorge F. «Aspectos de la dimensión técnica. Una visita a las patentes de invención». En La casa y la multitud. Vivienda, política y cultura en la Argentina moderna, Anahí Ballent y Jorge F. Liernur. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014.

Liernur, Jorge F. Arquitectura, en teoría. Escritos 1986–2010. Buenos Aires: SCA/Nobuko, 2010.

Liernur, Jorge F. «Fiebre tropical. Nuevos trayectos y nueva geografía en la cultura arquitectónica internacional como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial (1940/1960)». En Actas del Congreso Internacional Viajes en la transición de la arquitectura española hacia la modernidad. Pamplona: Universidad de Navarra, 2010.

Liernur, Jorge F. Trazas de futuro. Episodios de la cultura arquitectónica de la modernidad en América Latina. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2008.

Medina Warmburg, Joaquín y Claudia Shmidt (comps.). The construction of climate in modern architectural culture, 1920–1980. Madrid: Lampreave, 2015.

Müller, Luis. «Un largo y sinuoso camino. La bóveda cáscara en los proyectos de Amancio Williams». Block 9 (2012): 32–43. Buenos Aires, UTDT.

Nervi, Pier Luigi. El lenguaje arquitectónico. Buenos Aires: Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1951.

Rykwert, Joseph. The dancing column. On order in Architecture. Cambridge MA: MIT Press, 1996.

Shmidt, Claudia y Luis Müller (eds.). La Teoría de sistemas en la transformación de la cultura urbana. Arquitectura, ciudad y territorio entre el profesionalismo y la tecno–utopía (1950–1980). Buenos Aires: UTDT, 2013.

Toscano de Saal, Helvidia y Jacobo Saal. «Las bóvedas cáscara. Amancio Williams, Pabellón Bunge y Born». Revista 3 (9) (1998): 14–15. Buenos Aires, SynTaxis.

Wiener, Paul Lester y José Luis Sert. «Can patios make cities?». The Architectural Forum 2 vol. 99 (1953).

Williams, Amancio. Arquitectura y urbanismo de nuestro tiempo. Buenos Aires: Kraft, 1949.

Williams, Amancio. Estructura de hormigón armado. Memoria descriptiva y especificaciones. Buenos Aires. Mecanografiado. Fuente: CCA–AAW, s/f.

Williams, Amancio. «Una nueva unidad estructural». NV nueva visión 5 (1954): 32–35. Buenos Aires: Nueva visión.

Williams, Claudio (ed.). Amancio Williams: obras y textos. Buenos Aires: Summa+, 2008.

El presente artículo tiene como origen la tesis doctoral «Amancio Williams. La invención como proyecto», que el autor presentó en 2018 en la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario, con la dirección de Jorge F. Liernur.

Notas 

[1] Williams, Amancio: Memoria descriptiva. Solicitud de la Patente de Invención referente a «Sistema de techos». Solicitada por Amancio Alberto Williams. S/f, p. 1. Fuente: Canadian Centre for Architecture – Archivo Amancio Williams (CCA–AAW).

[2] Comentado por la arquitecta Helvidia Toscano (colaboradora del estudio de Williams desde 1950) en entrevista realizada por el autor y Claudia Shmidt (Tigre, Pcia. de Buenos Aires, 18 de abril de 2012).

[3] Nine points on Monumentality, documento formulado por Josep Lluis Sert, Fernand Léger y Sigfried Giedion en 1943, reafirmado por distintos autores en artículos y eventos que instalaron una discusión que ocupó un lugar central en el octavo CIAM (Hoddesdon, 1951), titulado The hearth of the city.

[4] Amancio Williams estudió tres años en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires (1931–1933), para luego graduarse como arquitecto en la Facultad de Arquitectura de la misma universidad (1938–1941).

[5] Carta del ingeniero Eduardo Torroja a Amancio Williams. Madrid, 22 de enero de 1954. Fuente: CCA–AAW.

[6] Nota del Ing. Hugo Jorge Vidal, Agente de la Propiedad Industrial, dirigida a Amancio Williams. Buenos Aires, 6 de junio de 1960.

[7] Véase Crispiani 2011.

[8] Nota de Héctor D. Palacio y Cía. (Agencia de patentes de invención, marcas de fábrica y diseños industriales) a Amancio Williams. Buenos Aires, junio 30 de 1969. Fuente: CCA–AAW

Cómo citar

Müller, Luis. «Una invención sin patente. Las «bóvedas cáscara» de Amancio Williams». Polis, n° 21 (2022). https://www.fadu.unl.edu.ar/polis

 

Luis Müller

Profesor e investigador. Director de la Maestría en Arquitectura. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral.